20100610

El descubrimiento

Durante las labores de nivelado aparecieron parte de las murallas, vasos y otros útiles. Creemos que los trabajos irían lentos pues las órdenes del dueño obligaban a extraer con cuidado las piedras que aparecían y a voltearlas por si estaban labradas.
Fue el día cuatro de agosto cuando apareció la Dama de Elche y, según cuentan, lo hizo de este modo.
Aquel día se trabajaba en la zona sureste de la loma. A eso de las diez de la mañana (Pedro Ibarra dice que fue por la tarde), cuando los trabajadores hacían un descanso en el tajo para fumarse un cigarrillo, un muchacho que allí se encontraba pasando la mañana entre juegos, haciendo algún recado y llevándoles agua, aprovechando el descanso cogió un pico y comenzó a golpear el talud; seguramente como ya había hecho otras veces. Era Manuel Campello Esclapez, hijo de catorce años de uno de los trabajadores cuya familia vivía cerca, en la casa del Hondo y que acostumbraba a ayudar a su padre y a sus hermanos en el trabajo porque él por su edad no podía ir a jornal.
Uno de los golpes tropezó en una piedra. Dejó la herramienta y, como hacían los mayores, intentó moverla para sacarla. La tierra de alrededor estaba bastante suelta y con sus manos la apartó. Según cuentan las crónicas, debió de llevarse un buen sobresalto cuando le vio la cara a aquella piedra que desde dentro de la tierra le miraba.
Llamó a los trabajadores que se acercaron para ver lo que había encontrado el chico. Uno de ellos, Antonio Maciá, de quien era la herramienta, siguió el trabajo y terminó de descubrirla. El capataz Antonio Galiana Sánchez, ordenó que se dejase allí para que la viese el doctor Campello, quien llegó por la tarde después de terminada su jornada. De allí fue llevada en un carro a su domicilio en la ciudad.
Evidentemente, a estos hechos no podemos llamarle excavación arqueológica en los términos en que lo hacemos en la actualidad. Entonces era suficiente extraer la pieza sin causarle daño, lo que aumentaba su valor. No se tomaba ningún tipo de datos, ni medidas, ni muestras del material anexo, ni se cartografiaba la zona. Además, era lógico, los trabajadores no eran arqueólogos, sólo hacían su duro trabajo y cumplían órdenes del patrón, que tampoco era arqueólogo. De hecho una vez presente en el lugar, su único interés se refirió a la escultura. Pero no le podemos reprochar esta actitud porque ellos hacían lo que creían que era mejor en aquel momento. Recordemos que ni siquiera el suegro del doctor, Aureliano Ibarra, realizaba esta toma de datos. Eso sí, todas las piezas se dibujaban para poder ser catalogadas, y con suerte, si no desaparecían o se vendían, podían llegar a algún museo. La arqueología no estaba definida como lo está en la actualidad. Las técnicas y los métodos no estaban todavía fijados. En aquel momento los arqueólogos eran verdaderos aventureros, generalmente en tierras lejanas –Egipto, Mesopotamia, etc.– que enviados por asociaciones, museos o gobiernos extranjeros, se dedicaban a extraer de la tierra los bienes patrimoniales y remitirlos a su país de origen.
Una vez depositada la escultura en casa del doctor, empezó a divulgarse el rumor del hallazgo. Los ilicitanos, sin haberla visto, hablaban de ella y la bautizaron como “La Reina Mora”, pues lo más antiguo que sus mentes podían imaginar era la época de los árabes, de la que quedaban numerosos restos en la ciudad. Por lo demás debía de ser una reina por sus lujosas joyas. Y así fue conocida. Es admirable la simplicidad que emanaba del vulgo.
Se llamó a D. Pedro Ibarra Ruiz (recordemos hermanastro del ya desaparecido Aureliano Ibarra y tío de Asunción Ibarra). Éste, conocedor de los anteriores descubrimientos en La Alcudia, no demoró el estudio de esta magnífica escultura y con una actividad frenética comenzó a fotografiarla y estudiarla. Tomó sus medidas, la dibujó, anotó todo aquello que le pareció interesante y elaboró una primera descripción. Envió cartas a los científicos más prestigiosos de los museos de España y Europa para darles a conocer la pieza, entre los que podemos citar, entre otros, a Juan de Dios de la Rada y Delgado, conservador del Museo Arqueológico Nacional; a D. José Ramón Mélida de la Real Academia de la Historia; a Emil Hübner, profesor de la Universidad de Berlín. También lo puso en conocimiento de los medios de comunicación. Por ejemplo, La Correspondencia Alicantina publicó una extensa carta de D. Pedro Ibarra el día 8 de Agosto de 1897 titulada “Hallazgo en Íllici”, tan sólo cuatro días después del descubrimiento.
Aquí es de justicia destacar la labor de este ilicitano, su gran preparación científica y su actuación, aunque como veremos le valió un cierto desprecio por parte de sus ciudadanos durante varios años. D. Pedro Ibarra (Elche 1858-1934), cuya primera vocación fue la de pintor, inició sus estudios en las Academias de Bellas Artes de Valencia y de Barcelona. Después, aconsejado por su hermanastro Aureliano estudió en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid, obteniendo el título de Archivero, Bibliotecario y Anticuario. Creó la “Sociedad Arqueológica Illicitana” en 1890. Enviaba periódicamente memorias de excavaciones a la Asociación Artística-Arqueológica de Barcelona, a la Real Academia de la Historia, etc. Debido a estos estudios, entre los que se incluía la paleografía, lo que le permitía leer e interpretar textos antiguos, y a su afición a la arqueología, supo en seguida valorar la importancia del hallazgo, e incluso fue capaz de crear en la opinión científica internacional un áspero debate sobre la filiación artística de la escultura, con el fin de crearle la fama que él creyó que merecía.

Texto escrito en 1897 por P. Ibarra acerca el descubrimiento de la Dama de Elche (Archivo Municipal de Elche, Alicante)
“Grandioso hallazgo en la Alcudia. Cavando al mediodía de la loma, para arreglar unos bancalitos donde van a plantarse granados y a una distancia de 50 metros al interior de este a oeste, al pie mismo de la eminencia, se ha encontrado una magnífica cabeza mujeril, de piedra arenisca, tamaño natural, en perfecto estado de conservación. La escultura alcanza hasta el seno que enriquece hermoso collar. La cabeza ostenta regio tocado caracterizado por una tiara a usanza egipcia y dos como rodetes a las bandas. La estoy estudiando”

Francisco Vives. "La Dama de Elche en el año 2000. Análisis tecnológico y artístico". Ed. Tilde. Valencia.